Vanessa Martín sonaba en la radio y sabía que mi vida, cuando saliera del coche, jamás iba a ser la misma. Me agarré con todas mis fuerzas a los últimos minutos de mi mundo tal y como hasta entonces lo conocía aun sabiendo que al salir de allí, todo sería diferente.
En aquel parquing , en silencio, Vanessa y yo fuimos cómplices del fin de una etapa. Quise hacer este momento eterno, allí sola, joven, y con unos padres que nunca me faltarán, que nunca habían estado enfermos, que nunca amenazaban con irse de mi vida.
Ser esta vez yo , quien apoyaba mi mano en tu hombro hundido en aquella silla y sostenía tu frágil ánimo disfrazado de sonrisa tranquilizadora, me hizo mayor de golpe.
De un plumazo ese momento borró todo absurdo rencor. De una hostia perdoné todos nuestros errores. Los tuyos como padre, los míos como hija.
Descubrí, una vez más, que todo lo que tengo de bueno es tuyo, que soy una pequeño dibujo hecho con tus manos como aquellos que de pequeña pintabas en mi libreta.
Amo la música, el cine porque tú me has enseñado y sé querer porque tú, sin jamás decirlo, siempre me has querido.
Darte la mano en este momento, ser tu bastón y tu sostén, es quizá la única paradójica manera de darte las gracias por tanto. Por tantas horas trabajadas. Tantos secretos compartidos. Tantos turrones de chocolate y muñecas para reyes.
Vanessa Martín y yo compartimos el secreto del miedo que se mete como veneno en el corazón cambiando para siempre su textura, porque la vida toma otra dimensión, otro camino, el de que ahora los grandes somos nosotros, los viejos son ustedes, el futuro, los que llegan.. El pasado, los que ya no están.
Parece que todos los ven, y yo sigo aquí sin saber porque, excusándome , excusándote, y yo sigo aquí , sin saber porqué..

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