RELATO 6
El ritual mágico del mar ( La Amiga del Escritor)
El mundo se ha vuelto loco. Así es cómo lo siento. La vida avanza más rápido que mi capacidad de asimilación y de integración y no puedo, me canso, colapso, aletargo y se me agarra un nudo el pecho que espera respuestas para calmar su agonía y estas no llegan, nunca. Solo hallo más y más preguntas al porqué de tanto.
Mi psicoanalista me dice que haga deporte, la fabricación de serotonina es buena alega ante esta proposición. Yo le digo que se deje de gilipolleces y me mande algo que segregue la misma sustancia pero desde mi sofá. No soy tu camello, me responde el muy cabronazo y sigue insistiendo en que salga a correr. Pues no me da la gana. Como mucho salgo a bailar, y ya ni eso, porque mis amigas han decidido, todas, absolutamente todas, casarse el mismo año, dejándome no solo sin un solo euro, pues me he gastado un auténtica fortuna en vestidos, zapatos y carísimos regalos para sus nuevas vidas de esposas felices, sino también sola, completamente sola. Mis amigas se han casado y me han dejado sola. Y no lo soporto.
Quizá la loca sea yo, y no el mundo, es una visión que no suelo compartir con mi entorno pero que más de una vez se me pasa por la mente. Tal vez no encajo. Simplemente eso. No encajo en esta vorágine de electrónica, pactos políticos, terrorismo televisado y poliamor por los rincones. El ritmo desenfrenado que la sociedad ha alcanzado me supera. Me desata una ansiedad, a veces anticipatoria, que no me deja vivir en paz.
Sino sales a correr ni tampoco a bailar deberías apuntarte a hacer algún ejercicio que entrene tu cuerpo y distraiga tu mente. Insiste mi querido doctor Corradini, porque mi loquero, como todo buen psicoanalista que se precie, es argentino, de La Plata, para ser exactos.Empiezo a pensar que es una sutil y psicoanalítica manera de llamarme gorda. Y yo de gorda nada, si acaso las modelos y señoras de futbolistas recién paridas son las que están demasiados flacas, pero mi cuerpo y yo somos prácticamente perfectos. O eso trato de decirme y creerme a diario.
Soy una mujer muy bonita, va en serio, me miro en el espejo y me satisface lo que veo. Mido un metro setenta y peso setenta y cinco quilos. Soy pecosa, de piel muy clara, ojos marrones y pelo castaño. Tengo unas curvas muy bien proporcionadas y mis labios, carnosos, rosados y casi siempre en formato sonrisa, hacen de mi cara un muy bonito rostro. Me gusto. Me agrado mucho. No entiendo como no me sale novio ahora que lo pienso. En fin. Que me complace mi persona y aunque, como todos, cambiaría alguna cosa, considero que haber aprendido a amarme tal como soy y a su vez no dejar de intentar ser mejor día a día, es más que suficiente para sentirme orgullosa.
Hoy el agua está especialmente fría. Para ser Julio el Mediterráneo hoy se resiste a darme tregua, parece que sepa que no pienso salir de aquí hasta haber cumplido mi objetivo y me esté poniendo a prueba.
De todos los sitios donde siento que puedo recapacitar y resetear mi mente el mar sin duda es el mejor. Pero hoy se me hiela el cerebro si sumerjo la cabeza. No pasa nada. Aguanto. Me he comprometido conmigo misma a algo y lo pienso cumplir.
Observo mí alrededor. La tierra, gruesa y blanca, está llena de sombrillas y toallas de colorines que cubren el paisaje de verano. La bandera verde ondea a unos cien metros de la orilla y el reflejo del agua es absolutamente cristalino. Una pareja se moja los pies y se dice cosas al oído. Ella sonríe coqueta y se sonroja. Dos niños con su padre hacen castillos en la arena y una señora mayor con un gorro floreado se queja en voz alta de cuan frío está hoy el mar.
Alguien nada a lo lejos y se divisan barcos pequeños. A mi lado, a escaso palmos veo un hombre de tez morena y pelo blanco con bigote, debe tener unos setenta años. Se parece tanto a Mario Benedetti.
Siento paz. Lo miro y siento paz en el alma. Es por su semblante. Respiro hondo y sonrío para mi.
Esto surte efecto. Aún no he empezado con el ritual que Laura me ha aconsejado y ya una apacible calma invade mi ser al toparme con el anciano canoso cuya presencia me evoca poemas antiguos que siempre me alegran el corazón.
Laura, mi amiga la mística, natural de Terrassa, mamá de una niña y experta en leyes de atracción y demás filosofías new age , me ha dicho que me meta en el mar, mire al cielo y le pida al universo lo que tanto anhelo. Me limpie el cuerpo con la sal purificadora y sienta como toda la fuerza de la naturaleza representada en los cuatro elementos aquí hallados, agua, fuego, tierra y aire, se adentra en mí y me llenan de energía renovando mi persona por completo.
Allá voy. Con absoluto respeto y la ingenuidad que me caracteriza en todo lo relacionado al mundo espiritual, hoy hago caso a los sabios consejos de mi amiga y me limpio. Me purifico. Sano mi alma y miro al cielo para pedir aquello que tanto deseo. Me doy unos segundos. No tengo claro del todo qué es lo que anhelo, pero está claro que algo me falta. Aunque no sepa bien de qué se trata.
Soy una mujer esencialmente conforme con su vida. Economista. Una aburrida profesión que a mí me apasiona. Trabajo en una empresa multinacional llamada Wellbest S.A., con sede en Barcelona, desde que me licencié y me siento satisfecha con ello.
Tengo treinta y siete años, dos relaciones serias a mis espaldas, la última con David, finalizada hace un año y podríamos decir que ya superada, y la primera, y más importante, con Antonio, un compañero de facultad con el que estuve saliendo cinco años y aún mantengo una buena amistad a distancia porque es de esa clase de tíos que aun no estando enamorada ya de él no quieres que desaparezcan del todo de tu vida.
Antes, después y entre medio de David y Antonio, han habido varios hombres de poca importancia y duración que no merecen ser recordados. Tengo una familia más o menos normal y como antes comentaba, cuatro grandes y fantásticas amigas que todas, absolutamente todas, han decidido casarse este año.
Así que, siendo completamente honesta, mi petición en este ritual, que ojalá funcione, es saber qué necesito para ser feliz, y una vez lo sepa, por favor, encontrarlo. Porque si de algo me he dado cuenta es que muchas veces creemos necesitar algo que no tiene nada que ver con lo que nuestra alma anhela. Por lo tanto hoy, quiero saber qué es lo que quiero. Quiero saber qué es lo que necesito. Quiero saber qué le hace falta a mi vida. Y una vez lo sepa, conseguirlo.
Más allá de una sensación de paz no siento nada. Pero me zambullo en el mar tal como me dice mi amiga tras pedir al universo lo que deseo y abro los ojos dentro del agua para purificarme toda yo.
Vuelvo a la toalla algo aletargada y me fumo un cigarrillo mirando al infinito horizonte y pensando en la locura de vacaciones a solas que me he montado este año. ¿En qué narices debía estar pensando cuando decidí veranear en la costa Brava sin más compañía que la de mi móvil y un puñado de libros pendientes de leer recomendados por mis compis de oficina que ni siquiera sé si me van a gustar?
Corradini insistió en que no era más que una nueva excusa para regodearme en mi dolor, una patética manera de ratificar lo sola que estoy porque todas se casan menos yo.
Pero no es eso, esa no es la fuerza que me mueve, quizá subconscientemente sí, no quiero quitarle toda la razón, pero hay algo en mí, algo más profundo que mi ego, que me pidió a gritos unos días alejada.
Quizá para poner de una vez por todas encima de la mesa mis miedos y jugar a echarnos un pulso. Quizá para no buscar en todos a un Antonio que me quiera a mí y no a la Valenciana. Quizá para empezar, pero de verdad, a sentirme guapa y no solo decirlo. Quizá para saber a dónde va mi vida o mejor aún, hacia donde quiero que vaya.
El sol pica, me echo de nuevo crema solar, no quiero quemarme. Siento la necesidad de salir de fiesta esta noche. Me apetece tomar algo conmigo misma y bailar. He visto varias discotecas en la zona turística cerca del hotel. Antes quiero dormir la siesta y llamar a mis padres por skype. Su viaje a Tailandia con motivo de su aniversario es lo más bonito que me ha pasado en mucho tiempo. Ver a mi padre tan malito como ha estado este último año y sentir que vuelve a ser él, recuperado y fuerte y darme cuenta que quiere darle a mi madre lo mejor de sí aprovechando al máximo el tiempo haciéndola feliz, es sencillamente maravilloso.
Vuelvo al hotel. Hace demasiado calor y yo no tengo sombrilla de colorines.
Me levanto, recojo mi bolsa, mi toalla, me pongo las chancletas y parto rumbo a mi súper cinco estrellas todo incluido para darme un chapuzón en las aguas algo más calentitas de la piscina.
El mundo a través de gafas de sol es bonito. Mi piel está más morena y no se me notan las estrías de las caderas. Podría siempre ir con gafas de Sol. No, no es una buena idea.
Uff que calor hace en esta tierra. Claro que en el Barcelona centro hará más.
Llego a mi hotel. Me instalo en una hamaca que veo libre cercana al bar.
Echo un vistazo al reparto piscinero. Alemanes, rusos, algún moreno atractivo, dos camareros en pantalón corto y un pelirrojo sentado en su hamaca. Detengo el escáner de mis gafas en esa tumbona. Observo de nuevo detenidamente al pelirrojo que tengo enfrente. Me suena. Mucho.
Joder.
No me lo creo.
Jordi.
Es Jordi Matamoros González. El Mata, como lo llamábamos en el barrio. El Matao. Como lo llamaba yo.
Me está saludando. Mierda me ha reconocido. Que Matao sigue siendo. Ahora fijo que viene y se me acopla. Dicho y hecho. Míralo. Ahí viene.
— ¡No me lo puedo creer! ¡¡Nuria eres tú!!—me habla una boca llena de dientes rectos y blancos que parece feliz de verme.
— ¡Jordi Matamoros González!—digo haciéndome la muy simpática. Me incorporo y soy educada, siempre me calló bien este chaval.
—El mismo que viste y calza—sonríe a lo grande, como antaño.
—Pero qué haces por aquí, ¡¡madre mía hacía años, pero muchos años, que no te veía!!
— ¡Sí! Llevo años fuera del barrio. Nuri González Garrido. ¡Quién me iba a decir que iba a volverte a ver niña! No has cambiado nada.
— ¡Anda ya! Tú sí que has cambiado ¡pero para mejor! ¿Qué haces por aquí? ¿Vacaciones?
— Así es, cómo la costa brava nada chiquilla. He venido con mi socio al Iron Man que han hecho aquí en Calella. Los dos competimos y nos lo hemos montado para aprovechar la semana y pasarla en la playita ¡Pero qué alegría de verte niña!—dice casi boquiabierto realmente sorprendido y contento de nuestro encuentro.
— ¡Yo también me alegro de verte! ¡Estás muy guapo tío!—y reconozco que lo digo en serio, ahora está de muy buen ver.
—Bueno, me hice runner jejej, y ahora participo en Triatlones, los michelines y los granos quedaron atrás.
Joder con el Matao— me digo para mis adentros—. Mira que cuerpazo se le ha puesto, menudos bíceps, ¿dónde estaban cuando íbamos al instituto?, ¿será por los triatlones? Sí que está macizo el tío sí. Y con esos dientes tan rectos y blancos, si es que no lo reconozco. Vamos no seas pava Nuri, que se te nota.
— Mata ¡qué alegría la verdad verte tras tanto tiempo!
—Ostras “Mata”, cuando tiempo sin oír mi nombre así.
—Perdona ha sido sin ánimo de ofender—me pongo colorada al darme cuenta la familiaridad con la que en menos de dos minutos nos estamos tratando tras más de una década sin vernos.
—¡¡No me ofendes!! Es mi mote de instituto. En Madrid soy Jorge. No conservo ni el Jordi, es un lujo oír a una colega del insti llamarme Mata.
Me siento a gusto, Mata y yo no nunca fuimos grandes amigos pero éramos de la misma colla y charlar con él, aunque ya no seamos los de entonces y me sienta un poco incómoda aquí en traje de baño de pie al lado de la tumbona, me está encantando la verdad.
— ¿Qué narices haces en Madrid?
— El amor y el trabajo. Ahora ya solo el trabajo me mantiene allí. Me separé hace dos años, pero el negocio que monté hace diez funciona y ya no me quiero volver, tengo mi vida montada en la capital. Mis hijos, mis amigos, mis clientes.
Me cuenta brevemente que la vida no le ha ido mal, que estudió derecho y yo me rió al saber que el Mata se ha hecho abogado porque jamás lo hubiera imaginado defendiendo precisamente a él a nadie. Le explico que este año me he quedado por Barcelona porque no tenía ganas de aviones y lejanías y que yo, tal y como se veía venir, soy economista y poco más.
En los apenas quince minutos que dura nuestro encuentro en bañador soy capaz de misteriosamente tele transportarme a los quince años.
Llevo gafas y una trenza larga. Nada, absolutamente nada, me preocupa más allá de aprobar las materias, gustarle a Gerard García Vendrell , el guapo que pide de salir a todas menos a mí, y tapar los granos. Mis padres son jóvenes y están sanos. Soy feliz, y mucho, en este lugar llamado juventud. Un lugar donde todo es fácil. Un lugar lleno de risas, tardes de pipas y cotilleos, sábados de cine, domingos de baile y lunes de confesiones con Vanessa a primera hora en clase de filosofía. Sócrates en la boca del profesor y cómo nos fue en el privé de la disco en la nuestra. Un mundo lleno de promesas y expectativas futuras donde la vida es un mapa encriptado repleto de desazón y curiosidad que convierte cada día en algo mágico.
Mientras Jordi Matamoros se aleja, tras haberme hecho prometerle que cenaré esta noche con él y su socio, pongo mi culo talla 44 en la toalla y no dejo de darle vueltas a lo que acabo de sentir charlando con este viejo amigo.
Necesito meditarlo. Porqué ¿y si es esto lo que quiero?
Sí.
¿Y si es justo ésto lo que necesito?
Volver a amar la vida con la intensidad que la amé a los diecisiete. Enamorarme de cada amanecer y devorar una novela como si no hubiera un mañana. Vivir tranquila y en el momento presente. No exigirme tanto y regalarme más.
Sé de sobras que la pasión de la adolescencia no la voy a tener con mis treinta y muchos cumplidos. No es tampoco eso lo que siento que anhelo. Añoro, y no era consciente de cuánto, la Nuria que fui, la Nuri apasionada y llena de vida que no vive con el veneno del miedo amenazando mi sangre. Que desea qué un príncipe azul aparecerá algún día pero que sabe que la Reina soy yo. Una mujer que se permite ser ella misma sin necesidad de ayuda externa constante. Una Nuria que se ríe de la vida, de los feos, de los políticos y de su profesora de castellano porque cecea y es muy divertido oírla leer.
No lo sabía, no sabía que en medio de tanta auto exigencia, palmaditas en la espalda, amores fallidos y buenas nóminas, me había perdido. Que en busca de un nuevo Antonio y una felicidad de papel me extravié a mí misma.
Quizá el universo me ha hecho caso y de golpe mi mente, más allá de lo habitual, se está expandiendo, abriendo en dirección a mi interior y ahora veo, ahora tomo conciencia de todo desde una perspectiva infinitamente superior a lo habitual. Yo quiero ser feliz. Quiero recuperar mi esencia. Quiero que me quieran, quiero reír, quiero leerme una novela que me guste a mí y no a toda la oficina y que me enamore locamente, quiero querer y no quiero estar sola. NO QUIERO ESTAR SOLA. No quiero sentirme nunca más sola.
Bufff, demasiado por hoy. Me voy a comer. A pintarme las uñas y a meditar sobre todo esto.
Siento tentaciones tras el postre de llamar a mi psicoanalista, pero por una vez este conflicto que me ocupa lo voy a solucionar con mis propios recursos. Acudo a todo lo aprendido en sus sesiones y funciona. Me calmo. Me hago eco de lo sentido esta mañana y noto que el extraño click que mi cerebro ha decidido hacer es más profundo de lo imaginado.
Me gusta.
Me gusta saber qué empiezo a saber qué quiero.
Escarbar así en mi alma, a estos niveles, me hace ver cuánto necesito a mi madre y lo muy alejada que estoy de ella y su calor.
Cuándo vuelvan de su viaje me acurrucaré bajo sus alas y la dejaré llenarme de besos. La necesito, y no sé cuánto tiempo más la tendré aquí conmigo.
Oficialmente borro a Antonio del pasado. Sino lo saco de mi mente y mi agenda jamás dejaré que otro entre.
Son más de las ocho. Es hora de arreglarse para ir a cenar con Jordi y su Socio. Vestido ajustado negro y zapatos de tacón. Lápiz de labios rojo y pelo suelto. Pienso reírme mucho con Mata y su socio y hablar de todos los recuerdos que no recordaba que tenía.
Mata es divertido, siempre lo fue, también un poco friki, de ahí el mote que yo le puse y que a pulso se ganó. Vivía en un limbo social, caía bien a todos pero no se integraba con nadie. Nos sentamos juntos en el aula dos cursos y medio seguidos, el tras de mí y delante Vanessa. Era pura estrategia. Mata siempre me soplaba las respuestas de Historia, yo se las soplaba a Vanessa. Vanesa me dejaba ojear las de Filosofía y Mata ojeaba lo ojeado a Vanesa. Mi materia encargada de empollar a conciencia era Historia de la Literatura Catalana. Ahí nos pillaron. Tres opiniones tan iguales sobre Tirant Lo Blanch nos delataron y fuimos redistribuidos por la clase. Pero para entonces ya teníamos casi segundo de Bachillerato superado y la selectividad fue coser y cantar.
Éramos una clase muy maja. Buenos chicos y diversión. No había móviles pero eso no nos libraba de tener la cabeza en cualquier sitio menos donde hay que tenerla. Yo vivía enamorada del guapo de la clase, del profesor de gimnasia y de Dilan Makey (personaje de ficción de la que era mi serie favorita). Vanessa se debatía entre Víctor y Lorena (se decantó por Lorena) y Mata leía a Tolkien y Dante. Como si el ser pelirrojo no fuera suficiente para ser raro.
Puntuales como un reloj, mi ex compi y su socio me esperan en el Hall y juntos pero no revueltos salimos a quemar Calella.
En la cena Mata me explica que dejó de llevar gafas para poder dedicarse más a fondo al mundo de los triatlones, que su mujer también es abogada y que sus hijos, de quien me enseña como cien fotos, son la razón de su existencia. Es agradable. Su amigo, si cabe, más. Me explican anécdotas laborales y les cuento que es lo que hago en WellBest, S.A. mientras nos pimplamos dos Riojas.
Yo no suelo beber, así que empiezo a notarme algo más descocada de lo habitual. Me río. De todo. Se me nota. Estoy ebria. Poco. Pero ebria. Me percato de cuán guapo es el Socio. Pienso para mis adentros que está realmente bueno. Vamos que si tú me dices ven, yo te digo Affleckt. Me río. Siempre que ese estúpido y divertido comentario me viene a la cabeza me acuerdo de mi amiga Estefanía y me siento feliz porque siento como su energía llena de vida y alegría se apodera de mí.
Me proponen unos gyn-tonics en el Memphis, discoteca a pie de playa de remembers ochenteros. Trato de evadir la propuesta diciendo que a mi sino me ponen a Bisbal y Chenoa no bailo. Habla el Rioja.
Me prometen que sobornarán, si hace falta, al disc-jokey y, quizá, con suerte, conseguimos a Enrique Iglesias. Acepto. Me levanto. Pagan ellos. Nos vamos. Me rió.
Confieso que estoy algo achispada y me agarro al musculitos de su socio. Huele bien. Muy bien. Es moreno. Ojos claros. Alto. Soltero. Y sexi muy sexi. Me doy cuenta de que hace demasiado que no tengo sexo y que el alcohol y mi sequía no son buena combinación.
Memphis, como me esperaba está llena de niñatas rubias altas y borrachas que buscan guerra. Rápidamente una de ellas se acerca al Socio y se lo lleva a la pista. Mata se encoje de hombros y me grita que siempre pasa lo mismo. El ruido es ensordecedor. De remember ochentero nada.
¿Dónde están los Ronaldos? Le pregunto a Mata. Se ríe. Me río. El socio vuelve con gyn-tonics y sin rubia—Por los reencuentros—. Brindamos. Emito una sonora carcajada y le digo a Mata que ya no me parece un Matao y que está como un tren. Sonríe. Se miran.
Un chupito de tequila. Hace calor. Mucho calor. Me voy fuera, necesito aire. Te acompaño. Y yo.
Vamos los tres. La playa está a un cruce de calle. La cruzo. La cruzan. Me quito los tacones, me río. Está oscuro, solo se ven las estrellas y la luna reflejada en el mar. Qué bonito. Qué romántico. Qué asco.
¿Y ahora qué? Nos sentamos. Nos desternillamos sin sentido. Me siguen contando cosas de su trabajo. Todo en clave de humor y sin dar detalles de ningún tipo. Les van bien las cosas. Trabajan con famosillos y esos dan trabajo y dinero.
Miro a Mata a los ojos. Tengo absolutamente claro que jamás podré enamorarme de él y eso me otorga tranquilidad y pena— ¿Y si es que he perdido la capacidad de amar? ¿Y si nunca más me enamoro?—. Lo digo en voz alta. El Socio me responde. Me explica que la capacidad de enamorarse jamás la perdemos, pero las expectativas a medida que uno evoluciona aumentan reduciendo así el número de candidatos considerablemente. Le hago una pedorreta con la boca. Pero en un rincón no afectado por el alcohol de mi mente me doy cuenta de que tiene toda la razón del mundo y me alegro. Si no hay novio es porque soy una versión mejorada de mí misma y ya no me conformo con petardos. Me consuela. Lo olvido.
Nos tumbamos en la arena boca arriba los tres conmigo en medio y miramos las estrellas. Decimos tonterías y nos reímos de todo. Les confieso el porqué de mi viaje sola y me dicen que ya lo sabían. Mata propone la penúltima en el hotel. Acepto.
Subimos a su habitación y saqueamos el mini bar. Mata, haciendo alarde de lo buen tío que es y de lo poco que ha cambiado por dentro busca en YouTube lo mejor de los noventa y los dos mil. Me pone a Chenoa, Paulina Rubio y el María de Riky Martín.
El ambiente se caldea cuando llegamos a la Mordidita. Más actual. Más de mayores.
El Socio en mi espalda me baja el tirante y me muerde el hombro. Me giro y lo miro entre desconcertada y abrumada. Me agarra las manos y sonríe invitándome a todavía no sé muy bien el qué. Mata se me acerca por detrás y me besa en la nuca apartándome el pelo.
Un trío. Quieren un trío. Dudo. Nunca antes he hecho nada parecido.
Ambos paran. Notan mi miedo. Retroceden un paso y Mata me dice que si no estoy a gusto seguimos bailando y aquí no ha pasado nada.
El corazón se acelera, noto cosquillas en mi interior. Mi entrepierna quiere más de todo esto.
Doy un paso adelante. Me acerco al socio. Presa de la pasión, las ganas y el último tequila me lanzo a su boca llena de vicio y olor a alcohol y tabaco. Estiro mi mano y consigo alcanzar a Mata. Lo atraigo hacia mí y pongo su mano en mi sexo. Siento su sonrisa en mi espalda. Se agacha. Levanta mi vestido y me baja las bragas.
Besa mi nuca mientras con sus dedos previamente humedecidos con su saliva estimula mi clítoris desde atrás. El Socio baja el otro tirante y besa mis pechos con delicadeza y lujuria. Mi vestido arrugado queda hecho un cinturón en el medio de mi cuerpo. Mata me lo quita y yo desabrocho de espaldas a él su pantalón. Noto su miembro completamente erecto. Es enorme. Joder con el Matao.
Se aleja de mí un segundo y coge un preservativo. Lo abre con la boca, se lo coloca y vuelve hasta mí. Me susurra al oído con voz lujuriosa que le encanta mi cuerpo y que si quiere ser sincero del todo son muchas las veces que me imaginó haciéndome el amor cuando éramos jóvenes. Todo su vello es rojo, me gusta. Es bello. Me invita entre caricias a inclinarme hacia delante para penetrarme desde atrás. Me agacho, se agacha, apoyo mis rodillas y mis manos en el suelo y mientras se introduce suavemente en mi agarrando mi cintura y caderas con fuerza llenando mi interior de placer, baja una de sus manos y estimula mi clítoris de nuevo. El Socio se acerca y me ofrece su miembro. Abro mi boca y lo recibo tremendamente lasciva. La escena es tan sumamente obscena que me excita solo imaginar la imagen que dibujamos los tres. Estoy tan locamente excitada que no tardo en llegar al clímax y en un grito ahogado lo invito a llegar a él también. El pelirrojo se corre. Sale de mí. Se quita el condón y yo me incorporo quedándome de rodillas en la moqueta verde con las mejillas sonrojadas y los labios hinchados. Le doy mi mano, miro hacia arriba, los dos están de pie. Lo acerco al Socio. Les invito a besarse entre ellos. Lo hacen. Me excito de nuevo al verlos. Sentir tan cerca el olor a sexo de esos dos hombres esculpidos cual David de Miguel Ángel es más de lo que hasta ahora he sido capaz de vivir. Me cuelo en el medio de amos y sigo lamiendo al Socio con una bestial pasión que no había sentido nunca. Introduzco sutilmente un dedo en su ano para estimular su punto g y surte efecto, se retira de mí. Deja de besar a Jordi y me pide que pare o estallará. Le sonrió pícara desde el suelo como insinuando que de eso se trata. Se pone uno de los preservativos que hay encima del mueble donde está el televisor. Me coge en brazos. Alza mi cuerpo a pulso y me lleva hasta la pared. Mata se sienta en la cama y nos mira mientras se masturba, increíblemente está de nuevo duro. El Socio me mira a los ojos con pasión. Introduce su pulgar en mi boca. Lo chupo. Lo lleva humedecido a mi entrepierna y se asegura que estoy totalmente preparada para recibirlo. Lo rodeo con mis piernas agarrándome a su cuello, me coge del culo y se introduce en mi interior. Me besa con fuerza mordiendo mis labios. Escoge un ritmo lento pero fuerte y entra y sale de mí dirigiéndome al absoluto placer. No quiere correrse todavía. Su erecto y gran miembro de dulce sabor llena todo mi interior estirando las paredes de mi vagina y haciéndome subir al cielo. Suave, fuerte. Lentas envestidas que aumentan el ritmo a medida que mi respiración se agita producen una nueva oleada de placer que empieza en mis pies y explota bajo mi ombligo. Otro orgasmo. Joder. Será el alcohol me digo a mi misma. El Socio se derrama dentro y con una sonrisa cómplice me devuelve al suelo.
Presa del shock de lo ocurrido los miro y no digo nada. Voy al baño. Necesito refrescarme. Vuelvo. Están ligeramente vestidos. Me ofrecen una copa. Digo que no puedo ingerir nada más por hoy. Me proponen ver una peli. Acepto. Nos dormimos. Los tres. En la cama para dos.
Amanece. Es un nuevo día. No puedo creer lo que ha pasado. Definitivamente algo ha cambiado en mi interior.
Recojo mis cosas llenas del recuerdo de la noche anterior y me voy.
Calella es impresionantemente bonita. Está dividida en dos zonas muy claras. La turística, donde se encuentran la mayoría de los hoteles, y el pueblo.
Paseo sola por la calle de la Iglesia intentando poner en orden lo ocurrido ayer y me sorprendo al ver que no hay nada por ordenar. Soy soltera, mayorcita y libre. Me he acostado con un viejo amigo al que hacía años no veía y su colega. He cumplido un sueño sexual que no sabía ni que tenía y me ha gustado. No quiero repetir. Pero me siento bien conmigo misma.
A pesar de esta experiencia no hay nada nuevo en mi vida. Sin embargo todo es distinto.
Me deleito en un mercadillo medieval que han puesto en la plaza de la iglesia. Venden jabones artesanos, garrapiñadas, pendientes hippies, dulces y ropa.
También hay una señora que echa las cartas y te adivina la buena aventura. Nunca me han gustado estos sitios. Me dan miedo. Pero una extraña fuerza me invita a darle los diez euros que pide y sentarme en su chiringuito.
— Grandes cambios están llegando a tu vida—me dice la mujer.
— Así es, o eso creo señora.
— Llega el amor. Pronto. Muy pronto. Tras varios desamores el amor está en tu camino. Es un hombre que huele a mar.
— ¿Pero lo conozco ya?
— No. Lo ocurrido recientemente ha sido una locura muy buena que te hará conectar con tu diosa interior. Pero el amor, el que te liberará de la Soledad que siente tu alma, llega pronto. Muy pronto. Y es un hombre moreno, no demasiado alto y con mirada enigmática.
Le pago. No me la creo mucho pero la verdad es que ha acertado todo lo que me ha dicho sobre mí y lo ocurrido estos días. El realismo mágico que envuelve mi presente es un abismo al cual no sé si asomarme demasiado por miedo a perder el control que me proporciona mi zona de confort.
Quiero creer a la gitana. Quiero creer en esos ojos enigmáticos que me esperan.
Me despido esa misma tarde de mi dúo de amantes. Vuelven a Madrid y me ofrezco a hacer de taxista. Rechazan la invitación. Nos damos los teléfonos, mails, facebooks y demás redes sociales y sé que no voy a contactar con ellos pero me gusta que se hayan cruzado en mi vida.
Vuelvo al hotel. Y sueño que sueño. Durante todo lo que queda del día.
Un refresco en uno de los muchos chiringuitos que a lo largo de la costa de Calella y Pineda hay cada varios metros me ayuda a calmar la sed. Es el día de mañana y el último de mis vacaciones, y hoy, empieza mi vida.
Disfruto, y mucho, de mi propia compañía. Me he comprado un libro que me ha gustado a mí y ahora es un buen momento para empezarlo. Se titula “El Tango de la Guardia Vieja”, de Pérez Reverte. Tiene buena pinta. Hay un moreno, atractivo y pensativo sentado en un taburete que retrasa el inicio de la lectura. No va en bañador. Lleva bermudas y polo Ralph Lauren. Es guapo. No muy alto, ojos marrones y, un momento, y enigmáticos.
No me atrevo a acercarme, pero al parecer él descubre mi curiosidad.
Alza su copa con media sonrisa y sigue leyendo el periódico. Me mira de nuevo. Sonríe. He ligao. Se acerca. Me pongo nerviosa.
Es guapo. Me gusta.Me mira.
— ¿Tú también sola?
— Así es.
— Puedo sentarme
— Por favor.
— Me llamo Fran.
—Hola. Yo soy Nuria.
Entablamos una jovial y amena conversación en la que no hay atisbo de intención más allá de compañía y conversación. Me atrae. Es dulce. Agradable. Tiene una templanza y serenidad en su esencia que me transmite tanta paz interior que no quiero dejar de hablar con él. Hay tanto mundo y tristeza en su mirada que necesito consolarlo y abrazarlo con mi alma para luego dejar que sea la suya quien me arrulle el resto de mi vida.
Hace horas que el chiringuito encendió las luces del anochecer y aquí seguimos conversando de todo lo que nunca hablé con nadie.
Sólo me han bastado cinco horas para saber que acabo de conocer a mi futuro marido. A él, le sobran tres para saber que soy su futura mujer.
Nos miramos y puedo notar como saltan chispas. Acabo de encontrar al amor de mi vida. Y lo sé. Lo siento así. Sé que por fin ha llegado.
— Oye una cosa, tras cinco horas con Francisco Benavides aún no me has dicho a qué te dedicas.
— Yo. Soy Escritor.
— Mata ¡qué alegría la verdad verte tras tanto tiempo!
—Ostras “Mata”, cuando tiempo sin oír mi nombre así.
—Perdona ha sido sin ánimo de ofender—me pongo colorada al darme cuenta la familiaridad con la que en menos de dos minutos nos estamos tratando tras más de una década sin vernos.
—¡¡No me ofendes!! Es mi mote de instituto. En Madrid soy Jorge. No conservo ni el Jordi, es un lujo oír a una colega del insti llamarme Mata.
Me siento a gusto, Mata y yo no nunca fuimos grandes amigos pero éramos de la misma colla y charlar con él, aunque ya no seamos los de entonces y me sienta un poco incómoda aquí en traje de baño de pie al lado de la tumbona, me está encantando la verdad.
— ¿Qué narices haces en Madrid?
— El amor y el trabajo. Ahora ya solo el trabajo me mantiene allí. Me separé hace dos años, pero el negocio que monté hace diez funciona y ya no me quiero volver, tengo mi vida montada en la capital. Mis hijos, mis amigos, mis clientes.
Me cuenta brevemente que la vida no le ha ido mal, que estudió derecho y yo me rió al saber que el Mata se ha hecho abogado porque jamás lo hubiera imaginado defendiendo precisamente a él a nadie. Le explico que este año me he quedado por Barcelona porque no tenía ganas de aviones y lejanías y que yo, tal y como se veía venir, soy economista y poco más.
En los apenas quince minutos que dura nuestro encuentro en bañador soy capaz de misteriosamente tele transportarme a los quince años.
Llevo gafas y una trenza larga. Nada, absolutamente nada, me preocupa más allá de aprobar las materias, gustarle a Gerard García Vendrell , el guapo que pide de salir a todas menos a mí, y tapar los granos. Mis padres son jóvenes y están sanos. Soy feliz, y mucho, en este lugar llamado juventud. Un lugar donde todo es fácil. Un lugar lleno de risas, tardes de pipas y cotilleos, sábados de cine, domingos de baile y lunes de confesiones con Vanessa a primera hora en clase de filosofía. Sócrates en la boca del profesor y cómo nos fue en el privé de la disco en la nuestra. Un mundo lleno de promesas y expectativas futuras donde la vida es un mapa encriptado repleto de desazón y curiosidad que convierte cada día en algo mágico.
Mientras Jordi Matamoros se aleja, tras haberme hecho prometerle que cenaré esta noche con él y su socio, pongo mi culo talla 44 en la toalla y no dejo de darle vueltas a lo que acabo de sentir charlando con este viejo amigo.
Necesito meditarlo. Porqué ¿y si es esto lo que quiero?
Sí.
¿Y si es justo ésto lo que necesito?
Volver a amar la vida con la intensidad que la amé a los diecisiete. Enamorarme de cada amanecer y devorar una novela como si no hubiera un mañana. Vivir tranquila y en el momento presente. No exigirme tanto y regalarme más.
Sé de sobras que la pasión de la adolescencia no la voy a tener con mis treinta y muchos cumplidos. No es tampoco eso lo que siento que anhelo. Añoro, y no era consciente de cuánto, la Nuria que fui, la Nuri apasionada y llena de vida que no vive con el veneno del miedo amenazando mi sangre. Que desea qué un príncipe azul aparecerá algún día pero que sabe que la Reina soy yo. Una mujer que se permite ser ella misma sin necesidad de ayuda externa constante. Una Nuria que se ríe de la vida, de los feos, de los políticos y de su profesora de castellano porque cecea y es muy divertido oírla leer.
No lo sabía, no sabía que en medio de tanta auto exigencia, palmaditas en la espalda, amores fallidos y buenas nóminas, me había perdido. Que en busca de un nuevo Antonio y una felicidad de papel me extravié a mí misma.
Quizá el universo me ha hecho caso y de golpe mi mente, más allá de lo habitual, se está expandiendo, abriendo en dirección a mi interior y ahora veo, ahora tomo conciencia de todo desde una perspectiva infinitamente superior a lo habitual. Yo quiero ser feliz. Quiero recuperar mi esencia. Quiero que me quieran, quiero reír, quiero leerme una novela que me guste a mí y no a toda la oficina y que me enamore locamente, quiero querer y no quiero estar sola. NO QUIERO ESTAR SOLA. No quiero sentirme nunca más sola.
Bufff, demasiado por hoy. Me voy a comer. A pintarme las uñas y a meditar sobre todo esto.
Siento tentaciones tras el postre de llamar a mi psicoanalista, pero por una vez este conflicto que me ocupa lo voy a solucionar con mis propios recursos. Acudo a todo lo aprendido en sus sesiones y funciona. Me calmo. Me hago eco de lo sentido esta mañana y noto que el extraño click que mi cerebro ha decidido hacer es más profundo de lo imaginado.
Me gusta.
Me gusta saber qué empiezo a saber qué quiero.
Escarbar así en mi alma, a estos niveles, me hace ver cuánto necesito a mi madre y lo muy alejada que estoy de ella y su calor.
Cuándo vuelvan de su viaje me acurrucaré bajo sus alas y la dejaré llenarme de besos. La necesito, y no sé cuánto tiempo más la tendré aquí conmigo.
Oficialmente borro a Antonio del pasado. Sino lo saco de mi mente y mi agenda jamás dejaré que otro entre.
Son más de las ocho. Es hora de arreglarse para ir a cenar con Jordi y su Socio. Vestido ajustado negro y zapatos de tacón. Lápiz de labios rojo y pelo suelto. Pienso reírme mucho con Mata y su socio y hablar de todos los recuerdos que no recordaba que tenía.
Mata es divertido, siempre lo fue, también un poco friki, de ahí el mote que yo le puse y que a pulso se ganó. Vivía en un limbo social, caía bien a todos pero no se integraba con nadie. Nos sentamos juntos en el aula dos cursos y medio seguidos, el tras de mí y delante Vanessa. Era pura estrategia. Mata siempre me soplaba las respuestas de Historia, yo se las soplaba a Vanessa. Vanesa me dejaba ojear las de Filosofía y Mata ojeaba lo ojeado a Vanesa. Mi materia encargada de empollar a conciencia era Historia de la Literatura Catalana. Ahí nos pillaron. Tres opiniones tan iguales sobre Tirant Lo Blanch nos delataron y fuimos redistribuidos por la clase. Pero para entonces ya teníamos casi segundo de Bachillerato superado y la selectividad fue coser y cantar.
Éramos una clase muy maja. Buenos chicos y diversión. No había móviles pero eso no nos libraba de tener la cabeza en cualquier sitio menos donde hay que tenerla. Yo vivía enamorada del guapo de la clase, del profesor de gimnasia y de Dilan Makey (personaje de ficción de la que era mi serie favorita). Vanessa se debatía entre Víctor y Lorena (se decantó por Lorena) y Mata leía a Tolkien y Dante. Como si el ser pelirrojo no fuera suficiente para ser raro.
Puntuales como un reloj, mi ex compi y su socio me esperan en el Hall y juntos pero no revueltos salimos a quemar Calella.
En la cena Mata me explica que dejó de llevar gafas para poder dedicarse más a fondo al mundo de los triatlones, que su mujer también es abogada y que sus hijos, de quien me enseña como cien fotos, son la razón de su existencia. Es agradable. Su amigo, si cabe, más. Me explican anécdotas laborales y les cuento que es lo que hago en WellBest, S.A. mientras nos pimplamos dos Riojas.
Yo no suelo beber, así que empiezo a notarme algo más descocada de lo habitual. Me río. De todo. Se me nota. Estoy ebria. Poco. Pero ebria. Me percato de cuán guapo es el Socio. Pienso para mis adentros que está realmente bueno. Vamos que si tú me dices ven, yo te digo Affleckt. Me río. Siempre que ese estúpido y divertido comentario me viene a la cabeza me acuerdo de mi amiga Estefanía y me siento feliz porque siento como su energía llena de vida y alegría se apodera de mí.
Me proponen unos gyn-tonics en el Memphis, discoteca a pie de playa de remembers ochenteros. Trato de evadir la propuesta diciendo que a mi sino me ponen a Bisbal y Chenoa no bailo. Habla el Rioja.
Me prometen que sobornarán, si hace falta, al disc-jokey y, quizá, con suerte, conseguimos a Enrique Iglesias. Acepto. Me levanto. Pagan ellos. Nos vamos. Me rió.
Confieso que estoy algo achispada y me agarro al musculitos de su socio. Huele bien. Muy bien. Es moreno. Ojos claros. Alto. Soltero. Y sexi muy sexi. Me doy cuenta de que hace demasiado que no tengo sexo y que el alcohol y mi sequía no son buena combinación.
Memphis, como me esperaba está llena de niñatas rubias altas y borrachas que buscan guerra. Rápidamente una de ellas se acerca al Socio y se lo lleva a la pista. Mata se encoje de hombros y me grita que siempre pasa lo mismo. El ruido es ensordecedor. De remember ochentero nada.
¿Dónde están los Ronaldos? Le pregunto a Mata. Se ríe. Me río. El socio vuelve con gyn-tonics y sin rubia—Por los reencuentros—. Brindamos. Emito una sonora carcajada y le digo a Mata que ya no me parece un Matao y que está como un tren. Sonríe. Se miran.
Un chupito de tequila. Hace calor. Mucho calor. Me voy fuera, necesito aire. Te acompaño. Y yo.
Vamos los tres. La playa está a un cruce de calle. La cruzo. La cruzan. Me quito los tacones, me río. Está oscuro, solo se ven las estrellas y la luna reflejada en el mar. Qué bonito. Qué romántico. Qué asco.
¿Y ahora qué? Nos sentamos. Nos desternillamos sin sentido. Me siguen contando cosas de su trabajo. Todo en clave de humor y sin dar detalles de ningún tipo. Les van bien las cosas. Trabajan con famosillos y esos dan trabajo y dinero.
Miro a Mata a los ojos. Tengo absolutamente claro que jamás podré enamorarme de él y eso me otorga tranquilidad y pena— ¿Y si es que he perdido la capacidad de amar? ¿Y si nunca más me enamoro?—. Lo digo en voz alta. El Socio me responde. Me explica que la capacidad de enamorarse jamás la perdemos, pero las expectativas a medida que uno evoluciona aumentan reduciendo así el número de candidatos considerablemente. Le hago una pedorreta con la boca. Pero en un rincón no afectado por el alcohol de mi mente me doy cuenta de que tiene toda la razón del mundo y me alegro. Si no hay novio es porque soy una versión mejorada de mí misma y ya no me conformo con petardos. Me consuela. Lo olvido.
Nos tumbamos en la arena boca arriba los tres conmigo en medio y miramos las estrellas. Decimos tonterías y nos reímos de todo. Les confieso el porqué de mi viaje sola y me dicen que ya lo sabían. Mata propone la penúltima en el hotel. Acepto.
Subimos a su habitación y saqueamos el mini bar. Mata, haciendo alarde de lo buen tío que es y de lo poco que ha cambiado por dentro busca en YouTube lo mejor de los noventa y los dos mil. Me pone a Chenoa, Paulina Rubio y el María de Riky Martín.
El ambiente se caldea cuando llegamos a la Mordidita. Más actual. Más de mayores.
El Socio en mi espalda me baja el tirante y me muerde el hombro. Me giro y lo miro entre desconcertada y abrumada. Me agarra las manos y sonríe invitándome a todavía no sé muy bien el qué. Mata se me acerca por detrás y me besa en la nuca apartándome el pelo.
Un trío. Quieren un trío. Dudo. Nunca antes he hecho nada parecido.
Ambos paran. Notan mi miedo. Retroceden un paso y Mata me dice que si no estoy a gusto seguimos bailando y aquí no ha pasado nada.
El corazón se acelera, noto cosquillas en mi interior. Mi entrepierna quiere más de todo esto.
Doy un paso adelante. Me acerco al socio. Presa de la pasión, las ganas y el último tequila me lanzo a su boca llena de vicio y olor a alcohol y tabaco. Estiro mi mano y consigo alcanzar a Mata. Lo atraigo hacia mí y pongo su mano en mi sexo. Siento su sonrisa en mi espalda. Se agacha. Levanta mi vestido y me baja las bragas.
Besa mi nuca mientras con sus dedos previamente humedecidos con su saliva estimula mi clítoris desde atrás. El Socio baja el otro tirante y besa mis pechos con delicadeza y lujuria. Mi vestido arrugado queda hecho un cinturón en el medio de mi cuerpo. Mata me lo quita y yo desabrocho de espaldas a él su pantalón. Noto su miembro completamente erecto. Es enorme. Joder con el Matao.
Se aleja de mí un segundo y coge un preservativo. Lo abre con la boca, se lo coloca y vuelve hasta mí. Me susurra al oído con voz lujuriosa que le encanta mi cuerpo y que si quiere ser sincero del todo son muchas las veces que me imaginó haciéndome el amor cuando éramos jóvenes. Todo su vello es rojo, me gusta. Es bello. Me invita entre caricias a inclinarme hacia delante para penetrarme desde atrás. Me agacho, se agacha, apoyo mis rodillas y mis manos en el suelo y mientras se introduce suavemente en mi agarrando mi cintura y caderas con fuerza llenando mi interior de placer, baja una de sus manos y estimula mi clítoris de nuevo. El Socio se acerca y me ofrece su miembro. Abro mi boca y lo recibo tremendamente lasciva. La escena es tan sumamente obscena que me excita solo imaginar la imagen que dibujamos los tres. Estoy tan locamente excitada que no tardo en llegar al clímax y en un grito ahogado lo invito a llegar a él también. El pelirrojo se corre. Sale de mí. Se quita el condón y yo me incorporo quedándome de rodillas en la moqueta verde con las mejillas sonrojadas y los labios hinchados. Le doy mi mano, miro hacia arriba, los dos están de pie. Lo acerco al Socio. Les invito a besarse entre ellos. Lo hacen. Me excito de nuevo al verlos. Sentir tan cerca el olor a sexo de esos dos hombres esculpidos cual David de Miguel Ángel es más de lo que hasta ahora he sido capaz de vivir. Me cuelo en el medio de amos y sigo lamiendo al Socio con una bestial pasión que no había sentido nunca. Introduzco sutilmente un dedo en su ano para estimular su punto g y surte efecto, se retira de mí. Deja de besar a Jordi y me pide que pare o estallará. Le sonrió pícara desde el suelo como insinuando que de eso se trata. Se pone uno de los preservativos que hay encima del mueble donde está el televisor. Me coge en brazos. Alza mi cuerpo a pulso y me lleva hasta la pared. Mata se sienta en la cama y nos mira mientras se masturba, increíblemente está de nuevo duro. El Socio me mira a los ojos con pasión. Introduce su pulgar en mi boca. Lo chupo. Lo lleva humedecido a mi entrepierna y se asegura que estoy totalmente preparada para recibirlo. Lo rodeo con mis piernas agarrándome a su cuello, me coge del culo y se introduce en mi interior. Me besa con fuerza mordiendo mis labios. Escoge un ritmo lento pero fuerte y entra y sale de mí dirigiéndome al absoluto placer. No quiere correrse todavía. Su erecto y gran miembro de dulce sabor llena todo mi interior estirando las paredes de mi vagina y haciéndome subir al cielo. Suave, fuerte. Lentas envestidas que aumentan el ritmo a medida que mi respiración se agita producen una nueva oleada de placer que empieza en mis pies y explota bajo mi ombligo. Otro orgasmo. Joder. Será el alcohol me digo a mi misma. El Socio se derrama dentro y con una sonrisa cómplice me devuelve al suelo.
Presa del shock de lo ocurrido los miro y no digo nada. Voy al baño. Necesito refrescarme. Vuelvo. Están ligeramente vestidos. Me ofrecen una copa. Digo que no puedo ingerir nada más por hoy. Me proponen ver una peli. Acepto. Nos dormimos. Los tres. En la cama para dos.
Amanece. Es un nuevo día. No puedo creer lo que ha pasado. Definitivamente algo ha cambiado en mi interior.
Recojo mis cosas llenas del recuerdo de la noche anterior y me voy.
Calella es impresionantemente bonita. Está dividida en dos zonas muy claras. La turística, donde se encuentran la mayoría de los hoteles, y el pueblo.
Paseo sola por la calle de la Iglesia intentando poner en orden lo ocurrido ayer y me sorprendo al ver que no hay nada por ordenar. Soy soltera, mayorcita y libre. Me he acostado con un viejo amigo al que hacía años no veía y su colega. He cumplido un sueño sexual que no sabía ni que tenía y me ha gustado. No quiero repetir. Pero me siento bien conmigo misma.
A pesar de esta experiencia no hay nada nuevo en mi vida. Sin embargo todo es distinto.
Me deleito en un mercadillo medieval que han puesto en la plaza de la iglesia. Venden jabones artesanos, garrapiñadas, pendientes hippies, dulces y ropa.
También hay una señora que echa las cartas y te adivina la buena aventura. Nunca me han gustado estos sitios. Me dan miedo. Pero una extraña fuerza me invita a darle los diez euros que pide y sentarme en su chiringuito.
— Grandes cambios están llegando a tu vida—me dice la mujer.
— Así es, o eso creo señora.
— Llega el amor. Pronto. Muy pronto. Tras varios desamores el amor está en tu camino. Es un hombre que huele a mar.
— ¿Pero lo conozco ya?
— No. Lo ocurrido recientemente ha sido una locura muy buena que te hará conectar con tu diosa interior. Pero el amor, el que te liberará de la Soledad que siente tu alma, llega pronto. Muy pronto. Y es un hombre moreno, no demasiado alto y con mirada enigmática.
Le pago. No me la creo mucho pero la verdad es que ha acertado todo lo que me ha dicho sobre mí y lo ocurrido estos días. El realismo mágico que envuelve mi presente es un abismo al cual no sé si asomarme demasiado por miedo a perder el control que me proporciona mi zona de confort.
Quiero creer a la gitana. Quiero creer en esos ojos enigmáticos que me esperan.
Me despido esa misma tarde de mi dúo de amantes. Vuelven a Madrid y me ofrezco a hacer de taxista. Rechazan la invitación. Nos damos los teléfonos, mails, facebooks y demás redes sociales y sé que no voy a contactar con ellos pero me gusta que se hayan cruzado en mi vida.
Vuelvo al hotel. Y sueño que sueño. Durante todo lo que queda del día.
Un refresco en uno de los muchos chiringuitos que a lo largo de la costa de Calella y Pineda hay cada varios metros me ayuda a calmar la sed. Es el día de mañana y el último de mis vacaciones, y hoy, empieza mi vida.
Disfruto, y mucho, de mi propia compañía. Me he comprado un libro que me ha gustado a mí y ahora es un buen momento para empezarlo. Se titula “El Tango de la Guardia Vieja”, de Pérez Reverte. Tiene buena pinta. Hay un moreno, atractivo y pensativo sentado en un taburete que retrasa el inicio de la lectura. No va en bañador. Lleva bermudas y polo Ralph Lauren. Es guapo. No muy alto, ojos marrones y, un momento, y enigmáticos.
No me atrevo a acercarme, pero al parecer él descubre mi curiosidad.
Alza su copa con media sonrisa y sigue leyendo el periódico. Me mira de nuevo. Sonríe. He ligao. Se acerca. Me pongo nerviosa.
Es guapo. Me gusta.Me mira.
— ¿Tú también sola?
— Así es.
— Puedo sentarme
— Por favor.
— Me llamo Fran.
—Hola. Yo soy Nuria.
Entablamos una jovial y amena conversación en la que no hay atisbo de intención más allá de compañía y conversación. Me atrae. Es dulce. Agradable. Tiene una templanza y serenidad en su esencia que me transmite tanta paz interior que no quiero dejar de hablar con él. Hay tanto mundo y tristeza en su mirada que necesito consolarlo y abrazarlo con mi alma para luego dejar que sea la suya quien me arrulle el resto de mi vida.
Hace horas que el chiringuito encendió las luces del anochecer y aquí seguimos conversando de todo lo que nunca hablé con nadie.
Sólo me han bastado cinco horas para saber que acabo de conocer a mi futuro marido. A él, le sobran tres para saber que soy su futura mujer.
Nos miramos y puedo notar como saltan chispas. Acabo de encontrar al amor de mi vida. Y lo sé. Lo siento así. Sé que por fin ha llegado.
— Oye una cosa, tras cinco horas con Francisco Benavides aún no me has dicho a qué te dedicas.
— Yo. Soy Escritor.

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