Los amores cobardes no llegan a amores..

Las escaleras que dan a la entrada de la Iglesia de Santa María del Mar están, como siempre, abarrotadas de turistas ansiosos por hacerse una foto. Los miles de viajeros que  aterrizan en Barcelona  sea la época del año que sea,  dan un pintoresco aire cosmopolita a la ciudad que no solo la caracteriza sino que también enriquece, y mucho, toda su esencia.

A Nina le gusta pensar en ello mientras sentada en el bar de enfrente de la Catedral mira distraída los coloridos calcetines acompañados de unas sandalias que lleva un divertido americano que trata de enmarcar el instante junto con su esposa pelirroja en un selfie.

Nina piensa por un instante que esa mujer, de tan lejanas tierras y ella tienen el pelo del mismo color, imagina que ambas comparten un antepasado irlandés que fue vikingo y lideró un barco en las frías aguas del norte del mundo y ríe por dentro a consecuencia del divertido pensamiento. Anota su reflexión, da un sorbo al zumo de melocotón sin azúcar y sigue mirando el paisaje humano.

El calor, aun siendo finales de verano, sigue siendo pegajoso y un tanto sofocante. La joven empieza a valorar volver a casa al acabar la bebida. Por hoy, ya tiene suficiente inspiración.

Ha dejado la moto aparcada en la zona del puerto de los relojes, como lo llama ella por la inmensa cantidad de tiendas que  hay en el porche principal y en las callejuelas adyacentes que siguen su curso hasta el mar, en cinco minutos se planta allí a paso ligero.

Hace dos semanas que cada tarde, tal y como su tío la aconsejó, recorre los veinte minutos que, en función del tráfico, separan Sarrià del Barrio Gótico y se sienta a leer y tomar notas sobre todo lo que siente y lo que ve. Funciona. Tratar de que la inspiración la pille trabajando está dando resultado. Quizá no el esperado. Pero resultado al fin y al cabo.

Para Nina está siendo un valioso verano lleno de valiosas decisiones. Tras la ruptura con su novio con quien llevaba saliendo algo más de un año, su reciente graduación en psicología y el nuevo mundo que ante ella se abre lleno de posibilidades aún por definir, la pelirroja se debate entre hacer un máster que especialice su profesión, abrir un gabinete psicológico con una compañera de facultad, tomarse un año sabático y viajar a Irlanda con su mejor amiga Necane o cumplir un sueño que hasta ahora solo se ha atrevido a compartirlo con tío Fran, el de abrir una cafetería literaria.
  
Sabe que el dinero no supondrá un problema haga lo que haga. Su abuelo les dejó suficiente herencia como para cubrir gastos por muchos años. Pero más allá del lucro que su ambición profesional le pueda aportar, Nina busca ilusión. Realización. Inspiración. Sentirse útil, y, como ha aprendido en los seminarios de Bioneuroemoción a los que ha acudido recientemente, hallar la coherencia en su interior. Coherencia entre aquello que piensa, siente y hace. Porque sólo así conseguirá que por fin la vida fluya y las cosas se pongan del todo en su lugar.

Su tío Fran, quien en muchas ocasiones hace las veces de hermano mayor, le ha aconsejado vomitar todo lo que tiene dentro. Solo sacando el talento y potencial acumulado durante años y dejando libre su interior aflorará por fin su auténtica creatividad limpia y cristalina, y esta será la que le aporte la luz para saber qué desea hacer en su camino y hacerlo de la mejor de las maneras.


La adolescencia no ha sido fácil, superar los trastornos alimenticios y sentirse tan sobreprotegida por todos llegó a abrumarla rompiendo en ocasiones su frágil coraza de cristal. Sin embargo ahora es adulta. Tiene bueno amigos, una familia maravillosa y aunque el amor se resiste, quizá volcar ese amor en su proyecto profesional sea una buena manera de iniciar una relación. Al fin y al cabo, si uno ama lo que hace, lo que hace le devuelve cien veces ese amor. O eso dicen.

Ya en su cama, en casa de sus padres donde sigue viviendo a pesar de sus veinticinco cumplidos, piensa en su idea.

Visualiza un local pequeño pintado en verde y rosa pastel. Mobiliario reciclado estilo vintage y una inmensa estantería de madera de pino envejecido llena de libros reciclados al alcance de todos y organizados por géneros y autores.


Imagina una mesita donde pondrá los libros del mes. Aquellos más leídos, promocionados y aconsejados por sus clientes.


Creará un blog donde publicará las opiniones de los lectores y será la página de inicio de los ordenadores que se podrán utilizar en las mesas altas con taburetes que pondrá en el centro del local.


Servirá café, té y todo tipo de infusiones. También pasteles de zanahoria  glaseados que ella misma, tal y como le enseñó Marc, preparará.
Será un rincón donde los amantes de la literatura podrán encontrarse. Un lugar donde los autores noveles podrán escribir sus sueños. Un lugar donde todo el mundo, de cualquier condición social y personal será siempre bienvenido.


Los viernes hará conferencias, charlas y coloquios, invitará personas que tengan algo que contar al mundo.  A su amiga la experta en Constelaciones, su colega político y a Matías, experto en aromaterapia.


Piensa de nuevo en el olor a azúcar caramelizada y a playa de Marc.  Otra vez se ha colado entre los dulces y los recuerdos. Repasa en su mente el año clandestino que pasaron juntos antes de conocer al que hasta ahora era su novio oficial  y una leve sonrisa se escapa por la comisura de sus labios.


Si sus padres supieran que las lágrimas derramadas jamás fueron por el insulso David, sino por  el cocinero…


Lo que pasó con Marc nadie lo sabe. Ni tan siquiera Necane.  Fue tan sumamente íntimo y personal que no quiso compartirlo con el mundo, no fuera a ser que se despertase de golpe de ese sueño y la magia se acabara.


Sabía desde el minuto uno que tenían la fecha de caducidad enganchada en la etiqueta de la ropa que con sumo cuidado él se encargaba de arrancarle en cada encuentro. Pero ni la diferencia de edad, ni el que él estuviera bien casado con una amiga de su madre, y fuera un famoso cocinero de renombre y galardón, impidió que la joven y dulce Nina, entregase su cuerpo y corazón por completo al caballero andante que la sedujo con su sonrisa misteriosa y sus ojos azul marino.


El rosa del bikini acentuaba el blanco de su pecosa piel.  Su melena suelta permitía que los rayos de sol se colaran entre los mechones dando un brillo especial al rojo anaranjado de su pelo. Estaba sentada en el borde de la piscina, riendo y tirando agua con un pié a una de sus primas. Marc no podía quitarle los ojos de encima y, aun sabiendo del error que todo esto suponía,   deseaba, como la arena desea recibir el agua, sentirse envuelto en ella.  Se había enamorado día tras día aquel verano de la mocosa hija de los amigos de su esposa y estallaba en deseo solo con mirarla.


Nina tenía veinte recién cumplidos. Marc treinta y siete, dos hijos de una mujer ocho años mayor que él y un restaurante en la costa lleno de éxito, estrellas, famosos y dinero. Su esposa dejó su carrera como arquitecta para dedicarse a la maternidad y a apoyar, o más bien dirigir, a su marido en su proyecto culinario, y la cosa, salió bien.

Emma era ambiciosa y siempre conseguía todo lo que se proponía. Se propuso conseguir al camarero del restaurante donde cenaba con sus socios porque le pareció un yogurín muy apetecible y lo consiguió, lo que nunca imaginó es que iba a ser su marido y su mayor éxito profesional.


El matrimonio como empresa funcionaba bien. Los niños estaban siendo criados en el mayor de los conforts. Buenos colegios  bilingües, clases de piano, violín y tenis y una buena introducción a la alta sociedad catalana.


A Marc todo aquello le venía grande pero se fue acostumbrando, aunque a él lo que le interesaba de verdad, lo que le movía el alma y el corazón, era poder cocinar. Innovar. Experimentar con nuevos olores y alimentos y ser feliz entre fogones. Es cierto que el dinero y el éxito fueron bien recibidos por el maestro culinario y que tener dos estrellas enorgulleció a sus padres, originales de Badalona, tanto, que bien valió la pena el estrés que toda aquella locura supuso.


Pero Emma era muy intensa.  Y a Marc lo superaba desde hacía mucho tanta exigencia y perfección. Trataba de ser amable con ella pero lejos de sentirla su compañera empezó a verla como una jefa con un excelente criterio y grandes ideas a la que había que hacer caso.


Emma creía en su marido, en su grandioso talento como Chef. Le aconsejaba pasar horas a solas creando en la cocina del restaurante porque allí era donde él paría sus mejores platos y le apoyaba y orientaba en todo a la par que le gestionaba la agenda, y de paso, la vida.

Mandaba fuera y dentro de casa. Exigía y recibía todos los elogios habidos y por haber como madre, esposa, empresaria y mujer. Era bella, muy bella. Emma tenía el secreto de la eterna juventud. Alta, delgada, estilosa y con mechas rubias, lucía un moreno de piel que duraba todo el año.  Sin embargo el exceso de nicotina había obstruido sus poros y agravado su voz y eso, aunque jamás lo comentaba, a Marc no le gustaba en absoluto.


Tampoco le gustaba saber que su mujer se lo hacía con su ex socio. Lo descubrió casi por casualidad una noche en la que él debía trabajar hasta tarde y decidió volver antes a casa y darse un paseo para tomar aire fresco, con tan mala pata que pasó justo  por delante del lugar donde ambos estaban cenando. Los esperó. Los siguió y pudo comprobar con sus propios ojos que su mujer, seguía acostándose con el arquitecto cincuentón.


No dijo nada. Los niños eran muy pequeños y egoístamente, la necesitaba para tirar el restaurante adelante. Él sabía cocinar y negociar con proveedores pero el resto de la burocracia y logística que arrasan el día a día en un negocio hostelero se lo dejaba a ella y a sus súbditos.


Tiempo después, también casi por casualidad, supo que el idilio había acabado. La perdonó en silencio y jamás volvió a amarla con la misma intensidad que al principio a pesar de consolarla en el duelo que él sabía que ella estaba pasando por la ruptura con el arquitecto.


Tras lo nunca hablado se fueron a Venecia a celebrar sus diez años de amor y reavivar la llama del matrimonio. Al volver, fueron invitados a casa de unos viejos amigos de Emma, con los que hacía mucho no se veían, a comer. Esa misma tarde, entre el postre, el café  y las risas de la sobremesa, Nina, la hija de los anfitriones, y Marc, el Chef con estrella, cruzaron sus miradas y la vida de ambos cambió para siempre.

—Espuma de limón merengada cubierta de caramelo espolvoreado con cacao—Marc ofreció una cucharada directa a la boca de Nina, como venía haciendo todas las noches que a solas y en secreto se veían en la cocina ya cerrada de su restaurante en la Costa del Maresme.
— ¿Pretendes que engorde de golpe todo lo que quise adelgazar en mi adolescencia?
—Sólo quiero que pruebes lo que creo cuando pienso en ti.— ¿Y por qué siempre son dulces?  No eres repostero, eres chef pero de platos, o como se diga—preguntó coqueta sentada en la encimera mientras se rechupeteaba los labios con sabor a limón y caramelo.—Eres lo más dulce que hay y ha habido en mi vida. Supongo que si los hago pensando en ti, inevitablemente me salen postres—Será eso...—sonrió y le guiñó un ojo. Nunca lo reconocía, pero estaba tremendamente enamorada de aquel hombre moreno de ojos claros que le había robado el corazón.
— ¿Y qué me dices?—preguntó Marc  esperando la valoración de su mejor crítica culinaria.—Delicioso. Como todo lo que haces. Como todo lo que me haces.Seductora y juguetona desabrochó su camisa de seda invitando a su amado a probar las mieles de su cuerpo.
— ¿Y qué me dices de esto? ¿Te gusta su sabor?—dijo acariciándose la entrepierna con el dedo corazón, la falda medio subida y mordisqueándose el labio inferior.

Marc no pudo contener más  las ganas, resopló, tiró la cuchara al fregadero y se quitó el chaqué sin dejar de mirarla con toda la pasión que cabía en su esculpido y moreno cuerpo. Se abalanzó sobre ella, la besó con toda la intensidad que cabe en un beso clandestino y entre fogones  y olor a cacao espolvoreado, allí mismo, apoyada en el acero de las neveras,  bajó su ropa interior, subió su falda y le hizo el amor como venía haciéndoselo desde hacía muchos meses.


Los gritos que Nina emitía de puro placer mientras la penetraba no eran propios de una señorita tan fina como ella. Pero Marc conseguía sacar lo más salvaje que habitaba en su interior. Saber que todo era una loca aventura la excitaba sobremanera. Pero lo que realmente erizaba su vello era el olor de la piel de Marc. Olía a mar. Había sido criado en la playa y sus poros olían al salitre y al sol que doraba su preciosa piel. Sus músculos definían un cuerpo trabajado. No era demasiado alto, apenas le sacaba dos dedos, y eso siempre le gustó. Los hombres bajitos tiene algo especial, le decía su abuela materna en confidencia, concentran su magia y son mejores amantes. Cásate con uno alto si quieres, pero antes debes dejarte  amar por uno bajito. Y así lo hizo. 


Los encuentros furtivos y a escondidas expandían el corazón de ambos.  Cada vez que la sonrisa de Marc se cruzaba en el camino de Nina sentía que el mundo se daba la vuelta con ella subida encima.


Nunca había sentido nada remotamente parecido y había momentos en los que tanta intensidad saturaba su equilibrio haciendo temblar cada cimiento de su persona.

Amar y ser amado a esos decibelios, recibir en cada beso el alma ajena y fundir sus esencias dejando el aroma en las sábanas y en la piel del otro para el resto de la vida, no sólo era algo nuevo para ella, sino también para Marc. Él sabía lo que era amar, había querido mucho a Emma y antes de Emma hubo otros amores. Pero la irreverente locura a la que aquella aventura lo estaba sometiendo lo descolocaba por completo presentando ante sí mismo una versión desconocida de su ser que a ratos no sabía si era lo mejor para seguir siendo un hombre sensato.


Pensaba en el menudo y dulce cuerpo de su amada cada uno de los instantes del día. Se le notaba. Se sabía enamorado y la gente descubría en su rostro una luz nueva que iluminaba su ser.


A ratitos una duda le asaltaba el corazón, temía que tanto furor acabara consigo mismo y se asustaba, mucho. Sin embargo bastaba un instante del recuerdo de su luz para sentir que ella, y solo ella, era capaz de rescatarlo del naufragio en el que llevaba sumido demasiado tiempo.

Con la excusa propia de los amantes secretos pasaron infinitos fines de semana enredados en el otro en habitaciones de hoteles a nombre de un amigo. No podían dejar rastro, no podían delatarse, pero podían amarse sin medida hasta que el sol invadiera la habitación y sus vidas reales los llamaran de nuevo. Inventando un  beso en cada despedida con la promesa en el sello de la boca de otro encuentro tan pronto como fuera posible.


Tras más de un año de noches robadas y mentiras tejidas en nombre de su amor, una tarde  de sensatez, conversación sobre negocio y futuro y  varios gyn-tonics con Emma, sintió que aquello, por el bien de todos, debía acabar.


La vida de ambos amantes debía seguir y tanto él como sobretodo Nina necesitaban volver a una normalidad que les permitiera avanzar y no estancarse como, siendo muy realistas, los estaba estancando su historia.
La vehemencia en la que el mundo se había convertido apartaba a la joven de un camino estable y seguro, él no podía darle lo que ella merecía, si lo hacía, perdería su tan luchada posición. Ella, tan joven y con tanto por delante, merecía algo mejor que un cocinero tachado de infiel y hundido en papel cuché.

Reunió todo el valor de su alma y tratando de encontrar las mejores palabras que sosegaran el dolor que supuraba su piel al dejar a su amada, le dijo lo que sentía, y le pidió que por favor, aquella noche fuera su última noche de amor.


Nina en un mar de lágrimas y coherencia trató de entenderlo pero no podía. Sintió como su pecho se rompía en mil pedazos y las flores del jarrón de la primavera de su vida se marchitaban de golpe.


Ya no.. Como dice la canción,  Ya no, llevaremos la venda, buscaremos respuestas, moriremos de amor. Ya no, por más que quiera verte, ya no puedo tenerte, ya todo terminó. Ya todo rompe en mí se va y me mata. ¿Qué quieres? Ya no tengo fuerzas para resistir ya no tengo palabras para rebatir. Ya no. Te alejas, y me dueles.
 
Días de dolor y lágrimas se apoderaron de ambos. Noches de desamparo recordando tanta pasión vivida estallaban en grito roto en la madrugada.


Pero los días pasaron, y la cordura volvió como un viejo amigo que siempre está ahí esperando paciente que lo necesites. Tras una conversación con alguien muy cercano y especial, Nina entendió que lo mejor para ambos, efectivamente, era romper. Sin embargo tenía la absoluta certeza de que su historia se rompería en un plano terrenal, porque en su alma siempre estaría Marc y su cocina.

Llamó a su amante amigo y le concedió una última noche de amor. Tal y como él, le pidió.

A modo de despedida de lo que había sido la locura más acertada y sincera de todas en la vida de ambos, cenaron a la luz de las estrellas cuando ya nadie quedaba en el recinto.
Marc diseñó un nuevo plato al que llamó Nina d´Amour para la ocasión. Le valió otra estrella tiempo después al presentarlo a sus clientes. La primera de todas que no le hacía feliz, pues simbolizaba la mayor idiotez que uno puede llegar a hacer en nombre de la estabilidad y lo correcto.

Eran las dos de la mañana. Hacía frío y se adivinaba una absoluta intimidad que invitaba a dejarse ser uno mismo sin miedo a nada. Desde la terraza del restaurante se oía el sutil sonido de las olas tranquilas de las noches de otoño. La luna bañaba con su plata el mar y una acertada canción de Nina Simone quiso acompañar la velada.  Aquella noche acordaron no tener sexo. Era demasiado doloroso para ambos. Les bastó con el amor. No podían arriesgarse más.

— ¿Me concedes este baile?—Marc extendió su mano y la invitó a levantarse.—Por supuesto.

Y la noche se hizo eterna en el recuerdo con My baby just cares for me…


Llevó a la niña pelirroja a casa en su BMW como venía haciendo todas las noches secretas de amor.  Entre miradas y tiernas caricias en los nudillos Nina pensaba en la letra de la canción que acababan de bailar a la luz de la luna y sabía que iba a resultarle muy difícil volver a sentir de nuevo lo que Marc le hizo vivir.

Por la N-II condujo  liviano y sereno hasta Sarrià. La dejó en casa y redireccionó  el vehículo hasta su apartamento de cien metros y dos terrazas en Avda. Diagonal y se esforzó por recuperar la vida que toca.


Nina, estirada en su cama, se seca una lágrima atrevida que quiere rodar por su mejilla al recordar de nuevo su historia con Marc. Se obliga a soplar la nube gris que trata de posarse en su cabeza y lo consigue. Coge su cuaderno de notas, lo ojea y se siente orgullosa de sí misma por cuánto ha vivido en su corta edad. Por cuánto ha sido capaz de sentir. Y por lo mucho que le queda por hacer y por vivir.

Decide que es hora de vivir a la luz de un nuevo día, de vivir una historia de verdad, llena de todo lo que no pudo darle lo suyo con Marc. Esta misma noche, presa de un impulso lleno de ilusión, ojea en internet locales. Le gusta uno. Contacta.

En menos de dos meses abre las puertas de su nuevo gran amor el “Nina Café Literario”.

En la mesita de los escogidos,  sus dos libros favoritos y un CD de Nina Simone, para que la gente sepa que está sonando en el ambiente.

Gusta. Entran. Se quedan. Vuelven. Recomiendan. Preguntan. Compran. Quieren pastel. Otra infusión. Ahora chocolate y yo una Fanta de limón.

El “Nina Café Literario” es ya toda una joven promesa que ha tocado y movido el alma de quienes pasan por allí.

El primer viernes de conferencias su famoso tío Fran Benavides tiene el honor de dar una charla en el café de su sobrina, presenta el propósito de este emblemático y encantador rincón ubicado en el Borne, en Barcelona, y  habla de literatura,  de su obra, de los sueños y de los amores cobardes que no llegan a amores, tema de su nueva novela.

Acuden amigos y familiares, espontáneos que pasan por allí. Conocidos convocados por redes sociales y Marc.

Al fondo de la sala, apoyado en la pared, y tratando de pasar desapercibido, Marc la observa y su corazón se estremece. La ve sentada al lado de su tío cumpliendo un sueño y se siente orgulloso de su pelirroja.

La respira.

La añora.

La ama.


La joven psicóloga, por fin, ha encontrado el verdadero amor en su trabajo, y ahora juntos, encontrarán a alguien a su medida con quien compartirlo. No sabe bien porque, pero sabe que así será.


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